sábado, 5 de junio de 2010

¿QUÉ HABRÍA OCURRIDO CON LAS ECONOMÍAS MUNDIAL Y PERUANA SI EL PATRÓN ORO SIGUIERA VIGENTE?

¿QUÉ HABRÍA OCURRIDO CON LAS ECONOMÍAS MUNDIAL Y PERUANA SI EL PATRÓN ORO SIGUIERA VIGENTE?

La moneda cumple, económicamente hablando, diversas funciones esenciales para la actividad humana; la más básica de ellas es facilitar el intercambio. No existe –y me atrevo a proponer que no existirá– computadora suficientemente capaz de administrar adecuadamente los millones de cálculos que generan los millones de individuos intercambiando, diariamente, cálculos que se realizan a fin de viabilizar el intercambio. Esto es: al nivel más básico, todo individuo que desea sobrevivir requiere intercambiar y para intercambiar requiere valorizar; ergo, es necesario, quiérase o no, poder valorizar –crear ratios de intercambio–. Los Incas, para tomar el ejemplo de una sociedad desmonetizada, intercambiaban bajo ratios de intercambio, formados a través de valorizaciones subjetivas expresadas en el “trueque mudo”, tal como funciona hoy en día cualquier bolsa de valores del mundo.

Dicho esto, la moneda cumple, además, otras funciones esenciales, entre las que sobresalen la de facilitar una unidad de cuenta y fungir como mecanismo de depósito de valor. Dos individuos pueden, ciertamente, intercambiar bienes por bienes; empero, el hombre descubrió el intercambio indirecto –es decir, el uso de la moneda– y facilitó desde entonces sus decisiones económicas.

Al comienzo, la moneda se estableció sobre la base de los commodities con mayor capacidad de mercadeo. El oro y la plata –luego de pasar por hojas de tabaco, semillas de cacao, conchas de abanico y piedras preciosas– terminaron predominando como mecanismos universales de intercambio.

Moneda, Estado e inflación

La relación entre producción y moneda se manifiesta en el sistema de precios. Siendo éste el conjunto de ratios de intercambio entre los diversos bienes, podemos establecer una estabilidad en ellos si se da un incremento en la masa monetaria que se dé acorde con el incremento en la producción total de bienes.

En este sentido, el Patrón Oro tenía como consecuencia la expansión moderada de la cantidad de moneda en circulación, acorde con los incrementos de la producción. Entre 1880 y 1914, lapso conocido como el Período de Patrón Oro Clásico, la mayoría de países estaba adscrita al oro; simultáneamente, se constituyó un período de crecimiento económico sustentado en la libre comercialización de bienes y capitales. Durante este periodo, la inflación norteamericana promedió el 0.2% anual. Eventualmente, con la Primera Guerra Mundial, los estados participantes se vieron incitados a obtener recursos bajo una modalidad más soterrada, tal cual hacían los reyes medievales a través del llamado “señoriaje”.

Estados Unidos, como ilustración de política monetaria, se aleja del Patrón Oro Clásico en 1917; en 1922, bajo el auspicio de la Comisión Cunliffe, los países retornan a un Patrón Cambio Oro, uno en el cual la moneda de cada país ya no estaba atada directamente al oro, sino a una moneda convertible en dicho metal. Este modelo prevaleció hasta la crisis de los años treinta.

Desde entonces, se ha tratado de establecer diversos mecanismos de estabilidad cambiaria; empero, las necesidades de los estados de financiar coyunturas específicas –sean guerras, proyectos políticos o crisis financieras– han hecho de la moneda fiduciaria (léase, una basada en la palabra del Estado) la norma.

¿Regreso al oro?

Diversos economistas proponen, aún hoy, el regreso a un Patrón Oro; la Escuela Austriaca, sin duda, es la principal promotora de dicho desafío. Aunque algunos economistas rechacen de plano la propuesta, la misma invita a una ponderación de los beneficios y perjuicios.

Menor inflación

Si los estados se hubieran suscrito al Patrón Oro Clásico y éste se hubiera mantenido hasta hoy, la realidad económica sería divergente de la actual en varios aspectos. La más obvia sería, sin duda, la ausencia de crisis inflacionarias. El dólar norteamericano de 1913 –año en el que se establece la Reserva Federal con el propósito de mantener el valor de la moneda–, por ejemplo, ha perdido el 95% de su capacidad adquisitiva. En cambio de haberse mantenido las tendencias en el IPC propias al Patrón Oro Clásico, esta pérdida habría sido de tan sólo 22%.

Si bien la evidencia empírica no es concluyente respecto de las consecuencias sobre el crecimiento de tener una tasa de inflación de 3.37% (tasa de inflación promedio anual a partir de 1913) o una de 0.1% (tasa histórica durante el Patrón Oro Clásico), sí lo es entre crecimiento e hiperinflación. Según Robert J. Barro –en un estudio de Panel de Datos de 180 países llevado a cabo en 1996–, cada 100 puntos de inflación están asociados a un decrecimiento económico de 2.5% de PBI.

En el caso peruano, el haber evitado la hiperinflación nos ofrecería un panorama económico, político y social claramente diferente; principalmente, tendríamos una clase media más sólida y amplia, ya que contaríamos con un sector formal y una clase empresarial mucho más desarrollados.

Por otro lado, el sistema financiero –tanto a nivel global como local– sería diferente. Los grandes bancos, en especial, habrían adoptado una conducta más conservadora en la asignación de crédito, puesto que sus expectativas de ser rescatados por el Estado se verían reducidas al no existir un banco central capaz de rescatarlos mediante grandes expansiones en la oferta monetaria; los rescates, por otro lado, seguirían siendo posibles, pero los mismos dependerían de los fondos públicos y por lo tanto estarían asociados a mayores impuestos futuros, lo que incrementaría el costo político del rescate y con ello reduciría su probabilidad de ocurrencia. Asimismo, se habrían reducido los incentivos a la expansión de los bancos hacia escalas consideradas como “muy grandes para caer” (too big to fail, dicho en inglés), por lo que se esperaría un menor tamaño de las entidades financieras.

Las consecuencias de estos cambios en el sistema financiero sobre el crecimiento económico de largo plazo serían ambiguas. En el caso de los países desarrollados las crisis financieras serían menos comunes, pero a su vez se asignaría menos capital a inversiones riesgosas, por lo que no podríamos estimar cuál sería el efecto dominante. En el caso peruano, sin embargo, el sistema financiero sería más sólido: no habríamos sufrido los descalabros inflacionarios, disfrutaríamos de un mayor acceso al crédito externo y, al no existir las crisis cambiarias –las cuales están frecuentemente asociadas a defaults– la confianza en países emergentes sería mayor. Por ello, habría sido esperable un mayor crecimiento en las economías subdesarrolladas.

Consecuencias de economía política

La vigencia del Patrón Oro Clásico habría tenido consecuencias sobre políticas públicas debido a los cambios que generaría en los incentivos enfrentados por la clase política. Por ejemplo, se esperaría una mayor flexibilidad en los mercados laborales. Ello ocurriría debido a que la relación empleo-rigidez laboral sería más sensible, obligando así a los hacedores de políticas públicas a asumir mayores costos políticos como consecuencia de la sobrerregulación del mercado laboral.

Otra consecuencia positiva tendría que ver con la percepción en parte de la población del grado de resultados por meritocracia en las sociedades; esto es, en una economía con baja o nula inflación, los episodios de crisis macroeconómicas serían infrecuentes. Estos episodios, de acuerdo con un reciente trabajo de Paola Giuliano y Antonio Spilimbergo, están asociados a la creencia en el azar como mecanismo explicativo de la riqueza de algunos, razón por la cual se favorecen políticas redistributivas.

Por el lado negativo, Barry Eichengreen y Douglas Irwin sostienen que los países suscritos al Patrón Oro Clásico fueron más propensos a asumir políticas proteccionistas durante la Gran Depresión, ello debido a la inexistencia de la devaluación como alternativa para aplacar a los grupos de interés.

El oro: reserva de valor

Por otro lado, una innegable consecuencia de la vigencia del Patrón Oro Clásico residiría en el ratio del intercambio del metal con el resto de los bienes. En la actualidad, la onza de oro ronda los US$1,150; en las bóvedas de Fort Knox existen cerca de US$300 billones en oro físico; la masa monetaria norteamericana –circulante y depósitos a vista– suma US$1,712 billones. Por lo tanto, el ratio de conversión entre el oro y la masa monetaria norteamericana bajo un Patrón Oro Clásico sería 5.7 veces mayor que la actual; o, lo que es lo mismo, el oro valdría US$6,563 por onza. En otras palabras, se puede volver al Patrón Oro Clásico: sólo habría que buscar la manera más eficiente de hacerlo.

Los opositores del regreso al Patrón Oro Clásico se basan en tres razones y críticas. En primer lugar, sostienen que no existen reservas suficientes de oro para regresar a dicho sistema. En segundo lugar, que debido a las extracciones privadas, el sistema no sería estable. Y en tercer lugar, que el regreso a ese sistema sería muy oneroso.

Las razones expuestas expresan diversos grados de validez. La primera, sencillamente, es inválida: un Patrón Oro Clásico sería viable independientemente del ratio de conversión entre el dinero fiduciario y la moneda respaldada en oro; lo único novedoso sería el ratio de conversión. En cuanto a la segunda razón, es la más sólida de las detracciones, debido a que el inicial incremento en el precio del metal fomentaría la actividad extractiva. Los nuevos descubrimientos generarían shocks en la oferta monetaria y, con ello, episodios inflacionarios no esperados. Ello, sin embargo, constituiría un fenómeno temporal asociado al inicio del proceso de reconversión, razón por la cual esperaríamos que dichos episodios no fueren duraderos. Finalmente, no hay razón para creer que el regreso al Patrón Oro Clásico significaría un costo significativo versus los beneficios de actuar bajo dicho sistema.

A modo de conclusión

La vigencia de un Patrón Oro Clásico habría significado un elemento de estabilidad monetaria y, por consiguiente, macroeconómica, que en la actualidad habría sido muy bienvenida. Estos efectos positivos habrían sido especialmente relevantes en los países subdesarrollados, al volverse la política monetaria independiente de la calidad institucional de sus Estados.

La tarea de los economistas no es sólo explicar lo ocurrido, o tratar de diseñar un modelo infalible de la actividad económica. El mercado, como institución, es un gran ejemplo del orden espontáneo y de la viabilidad de esos modelos. Por ello, no se trata de identificar el sistema monetario óptimo, sino de migrar a aquellos con mejores resultados históricos.

TOMADO DE PERU ECONOMICO EDICION JUNIO DEL 2010 – EDITADO POR LA COMPAÑERA LESLIE PIÑASCA VI CICLO

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